lunes, 21 de noviembre de 2011

DISCURSO DE DON CARLOS JAVIER I EN PARMA

Nobles damas, Ilustres caballeros, Queridos amigos,

Es para nosotros una gran emoción encontrarnos hoy aquí junto a vosotros para recordar la figura de Nuestro Padre; emoción reavivada por el hecho de que precisamente con Él nos hayamos reunido en esta iglesia para compartir momentos importantes.

Es muy difícil trazar en pocas frases la vida y la obra de un hombre, intentar transmitir y hacer comprender a otros su historia personal y el peso de su legado en la vida y en la historia de otras personas.

No queremos trazar un retrato histórico, sino más bien recordar Su compromiso, Su apasionada labor y Su legado.

De los muchos mensajes que con ocasión de Su desaparición nos han llegado y gracias al recuerdo que muchos conservan, sobresale con claridad Su capacidad para comprender a los demás y Su capacidad de crear puentes.

A menudo se ha encontrado confrontado con hombres diferentes que se movían en diversos ámbitos, pero siempre ha logrado encontrar un punto común con ellos: el deseo de construir un mundo en el que la paz, el amor, la solidaridad no fueran utopías sino hechos concretos.


El compromiso que ha desarrollado en Su actividad Humana y Política ha estado siempre marcado por un intenso acercamiento cultural: en un encuentro que tuvo lugar precisamente aquí, en Parma, Nuestro Padre había dicho: "Estamos todos nosotros sentados en la misma mesa y un mismo caudal de conocimiento se encuentra a disposición de todas y cada una de las naciones del mundo. El conocimiento será el instrumento para el desarrollo".

Como he dicho, no deseamos ofrecer un retrato histórico o biográfico, sino un recuerdo humano de los rasgos más sobresalientes que han caracterizado a Nuestro Padre y que, para muchos, Lo convertían en una persona querida y entrañable.

Podemos decir solamente que desde que Nuestro Padre alcanzó la edad adulta y según el testimonio de tantas personas, supo ejercer los deberes a los que había sido llamado como algo prioritario, aunque nunca vividos como una obligación sino más bien como una inclinación natural hacia la que se sentía atraído; en este sentido el ejemplo de Nuestros Abuelos fue siempre una referencia inestimable.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Nuestro Padre se unió a Nuestro Abuelo Don Javier para liderar el movimiento Carlista, ejerciendo una oposición sin compromisos al régimen de Franco.

Para tal ocasión Nuestro Abuelo y Nuestro Padre prepararon un proyecto político de un estado democrático que preveía la máxima participación popular, y más concretamente el proyecto de un estado federal, en el respeto de la Tradición de los Fueros, con todas las autonomías locales existentes con idéntica dignidad, justicia social y libertad democrática.

Estos principios se mejoraban continuamente e iban incorporando nuevas ideas con el fin de poder garantizar un compromiso cada vez mayor de las personas.

En particular en Montejurra el compromiso de Nuestro Padre y de Nuestra Familia se evidenció con una profunda implicación: las vidas de aquellos que se implicaron sufrieron profundos cambios, algo que Le sucedería muy particularmente a Nuestro Padre.

En efecto, Nuestro Padre asumió el peso de lanzar un mensaje claro y sin ambigüedad, en su papel de Príncipe Carlista de Asturias, como haría más tarde en calidad de Rey Carlista de España.


Su mensaje fue un llamamiento al deber de reconquistar la propia libertad aún a sabiendas de los sacrificios que habrían de ser necesarios.


Toda Nuestra Familia ha cumplido personalmente este compromiso, y en primer lugar Nuestro Padre ha cumplido por Su coherencia e integridad en Su deber hacia España, hacia la Tradición que encarnaba, hacia Sí mismo y hacia nosotros como hombre.


Sus palabras en aquel contexto histórico tuvieron una relevancia capital en la medida en que se hacía cargo no sólo del aspecto político sino de todo un país: "Cuando los ciudadanos de un pueblo y de una nación son privados de su libertad, están obligados a reconquistarla a cualquier precio. Porque se trata de un derecho, de una obligación, de un deber. Y como el Carlismo quiere conquistar la libertad para todos, es objeto y será objeto de una pesada y peligrosa represión".

Estas palabras fueron proféticas puesto que tanto Nuestro Padre como Nuestras Tías se vieron obligados a exiliarse por mucho tiempo y muchos de los que compartieron los mismos objetivos sufrieron persecuciones.

El compromiso de Nuestro Padre y de Nuestra Familia, en aquel contexto histórico, se puede resumir en las palabras de Nuestra Tía María Teresa: "Cuando me pregunto las razones de nuestro compromiso con el movimiento del carlismo, que tan profundamente ha condicionado nuestra vida y nuestra juventud, mi respuesta es que ha representado para mí la esencia del espíritu de un pueblo, su fidelidad a una Tradición. Tradición que no es solamente costumbre, pero un modo de vivir profundamente personal y familiar. Y es al mismo tiempo una aspiración hacia un humanismo con raíces históricas pero de manera moderna: una auténtica democracia vivida dentro de la base de la sociedad. Este espíritu es tan auténtico y profundo que implica y compromete casi en contra de uno mismo, en contra de nuestros intereses más egoístas. Un espíritu auténticamente cristiano de fraternidad y al mismo tiempo de profundo respeto hacia cada persona".

Este espíritu, este modo de ser, lo ha desarrollado Nuestro Padre a lo largo de Su existencia con gran pasión y sin ataduras.

Su compromiso se ha cobrado un alto precio puesto que a lo largo de Su vida a menudo hubo de enfrentarse a la adversidad. Pero Nuestro Padre, en particular en calidad de Rey Carlista de España, no sólo nunca renunció a los derechos que había heredado, sino que fue un defensor tenaz y coherente de los mismos.


Nunca cesó de combatir por aquello en lo que creía y testimoniaba, aunque fueran distintos los ámbitos en los que se manifestó: en 1980, tras ser invitado por John Galbraith, premio Nobel de Economía, a ser Profesor en la Universidad de Harward, aceptó y enseñó por muchos años teoría económica en dicha institución.


A lo largo de los años Nuestro Padre ha querido llevar adelante el compromiso que siempre Lo había distinguido, intentando favorecer nuevas experiencias de diálogo y comprensión entre los pueblos y, al mismo tiempo, defendiendo aquellos valores y aquella tradición que ha encarnado y actualizado.


En particular vosotros, queridos amigos, recordaréis lo que ha hecho en Parma, Piacenza y en los antiguos Ducados.


A menudo Le gustaba decir que era un “Embajador de la Historia”, un punto de unión entre diversas realidades históricas y sociales; se ha considerado un elemento de un recorrido en el que no sólo se articula la historia, sino también las relaciones humanas, las amistades, el sentido de pertenencia a una misma comunidad.


Este sentido de pertenencia Le ha hecho sentir y reconocerse en la historia y en la vida de Parma y de Piacenza, y en la de las personas que han vivido y viven en ella.


Es ésta una parte importante de la realidad que ha vivido en los últimos años de su vida: a pesar de encontrarse a veces lejos de Parma y de Piacenza, llevaba dentro de Sí mismo, en Su corazón, una profunda unión con estas ciudades, hasta el punto de manifestar Su deseo de ser sepultado en esta iglesia.


Es muy difícil, como hemos dicho al principio, recordar en pocas frases lo que Nuestro Padre ha sido, cuál ha sido el papel que ha desempeñado en la historia, qué influencia ha ejercido en muchos; Nosotros en estos momentos sólo podemos recordar Su sencillez y Su fe, cómo la vivió, frente a la certeza de lo que aguarda a todo hombre.


Ante la pregunta que se formula cada hombre de cómo ha empleado su propia vida, y ante la serenidad de cuanto había cumplido, deseó en efecto que sobre Su tumba se escribiera sólo Su nombre y una frase: "Ante Dios no existe alma anónima".


Algunos amigos, recordándolo de forma apasionada, han dicho que Nuestro Padre fue un profeta de los tiempos modernos, y que como tal, anticipándose a los tiempos tuvo grandes sufrimientos, como ocurre a menudo a aquellos que no quieren conformarse al pensamiento común sino que aventuran nuevas ideas.


No sabemos si fue un profeta, pero seguramente fue un Hombre que puso todo Su empeño por cambiar el mundo en el que vivía, siendo siempre vivo intérprete y testigo de los valores en los que creía. Y es de esta manera como deseamos recordarlo, junto a todos vosotros que con nosotros lo hemos amado.


(Parma 1 octubre 2011)

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