miércoles, 31 de diciembre de 2008

PALABRAS PRONUNCIADAS POR SU MAJESTAD EL REY DON CARLOS HUGO EN EL II CAPÍTULO GENERAL DE LA REAL ORDEN DE LA LEGITIMIDAD PROSCRITA


Señores, hace unos treinta años, mi Padre, públicamente, en una reunión del pleno del Capítulo de la Orden de la Legitimidad, me concedió su Gran Cruz y desde entonces hemos luchado constantemente por la Causa del Carlismo.

Hoy me toca concederla a mi hijo y heredero Carlos (aplausos y vivas, mientras S.A.R. procede a imponer la Gran Cruz a su hijo, el Príncipe). Todos comprenderéis lo que esto significa para mí. Dentro de unos cuantos años, mi hijo hará lo mismo con su hijo y así seguidamente. Lo que yo quiero decir es que este gesto, como todo gesto, no es simplemente simbólico, sino que es la expresión de una actitud personal y el reconocimiento de una obligación, la obligación de servir una Causa, que es la Causa que el Carlismo ha servido siempre, la Causa de la Libertad, Dignidad y Autonomía de los pueblos, no solamente en nuestras tierras, sino en todas las tierras del mundo, porque sin Autonomía, sin Libertad, no puede haber Justicia y sin Justicia no puede haber Paz.
Yo quiero en esta ocasión que oigáis el texto de las palabras que mi Padre pronunció en el Capitulo General de la Orden de la Legitimidad, celebrado en Lisboa en diciembre de 1967. Dice así:

"Por primera vez desde hace más de cuarenta años esta reunido el Capitulo de la Orden de la Legitimidad proscrita.
Como veis, he concedido nuevas Cruces y me propongo seguir haciéndolo para premiar lealtades y méritos.
El Carlismo es más que un concepto de legitimismo. No defiende un derecho puramente histórico, sino la vigencia profunda de la autoridad legítima que sirva al bien común. Cumple unos deberes actuales, una misión plenamente actual. Si es legítimo por su origen lo es también porque se legitima cada día por su actuación."

Pero quiero añadir algunas consideraciones. La primera es que el Carlismo representa algo único en la Historia, la voluntad de un Pueblo que ha legitimado una Dinastía. Es un pacto entre el Pueblo y una Dinastía. ¿Y esto, qué implica?. Implica que el Carlismo a lo largo de ciento setenta años ha hecho cuatro levantamientos, ha perdido cuatro guerras; y la peor perdida ha sido la última, porque no fue una guerra carlista propiamente hablando, y el Carlismo ha sido destrozado. El Carlismo ha sido destrozado pero no vencido. No hay ningún partido político en el mundo actual, ni uno, que tras tales circunstancias haya sobrevivido más de setenta años ¡y nosotros tenemos ciento setenta años!. Esto significa que la Dinastía Legitima no busca su legitimidad únicamente en el derecho, aunque lo tenga allí, sino que la busca en el Pacto de la Dinastía con el Pueblo.

Muestra de ese Pacto es aquí, en la Basílica que hemos visitado esta mañana, donde reposan los restos de los reyes carlistas. Ellos no rompieron el Pacto. Estuvieron al lado del pueblo carlista, del pueblo español, para luchar por esas libertades fundamentales a las que nunca podrá renunciar el Carlismo: la Libertad del hombre, la Dignidad de los pueblos y la Justicia en el mundo.

En el momento actual en el que tanto se habla de mundialización, nosotros venimos a ofrecer una solución. Hoy en día el mundo entero está representado en las Naciones Unidas por más de ciento ochenta países, de los cuales las tres cuartas partes son países pobres. La mundialización, la construcción de una unidad mundial es absolutamente necesaria para el desarrollo de todos los pueblos. Pero mientras comprobamos esta necesidad, vemos también sus peligros: que se haga una mundialización a favor de los ricos y no se cuente con los pobres.

Y es la segunda cosa que os quería decir: para evitar la marginación de los más pobres el Carlismo rechaza un sistema mundial que no esté enfocado hacia el bien general y hace un llamamiento a todos los pueblos para que participen en una gran federación que sirva a la protección de la personalidad individual de cada uno como a la personalidad colectiva de todos los miembros de estos mismos pueblos.

Los pueblos de España no responden a una mediación aritmética, jurídica o cuantitativa; son unos pueblos que, con su bagaje histórico, constituyen la identidad de los hombre y de las mujeres que conviven en esas naciones y han formado y forman hoy en día España. Han hecho España. En esa misma línea de libertad de cada pueblo es la razón de estar acogidos y formar parte de la comunidad mundial con el respeto que se debe a cada uno y que proporcione a cada uno la posibilidad de ser dueño de su libertad y de participar de la responsabilidad mundial.

Esto es lo que queremos aportar y, también, lo que quería deciros en este momento en el que nos reunimos aquí para celebrar este acto. No preocuparos de lo que ha pasado, sino de lo que va a ocurrir. He estado muchos años en una universidad y he visto como la sociedad moderna ha comprendido que no puede seguir viviendo lamentándose de la situación actual sino pensando en lo que realmente se puede hacer y cuales son las metas.

(El Príncipe Carlos Javier, espontáneamente, dirigiéndose a su Padre, pronunció entonces estas palabras):

Aitá, Padre, haré lo posible para ser digno de Tu ejemplo y, con Jaime, Margarita y Carolina recogeremos la Bandera para nuestra generación. (Los asistentes puestos en pie, prorrumpieron en fuertes y prolongados aplausos).

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